martes, 2 de agosto de 2011

¿3D or not 3D?


En los últimos años hemos forzado la realidad de tal forma que nuestra rutina se ha convertido en un interminable relato de acontecimientos. La vida parece adquirir las dimensiones de un perpetuo clímax en donde no hay lugar para lo común y corriente. Todos de algún modo debemos resplandecer para nuestros semejantes, siempre en constante dependencia del medio en que nos expresemos   (postear en el facebook, trinar en el tweeter)  o el evento al que asistamos. Lo importante es llenarnos de experiencias que nos hagan parecer impresionantes aunque sigamos siendo los mismos.

Es en el ámbito de lo impresionante desde donde quiero hablar del cine en 3D. Imágenes que pretenden ser increíbles pero que con solo quitarnos las gafas en la sala, nos damos cuenta de su pueril artilugio. Nunca antes el cine estuvo tan desnudo, tan desprovisto de razones para justificar su forma de existir y contar. Cada época tiene su forma de relatarse y parece que la nuestra se pierde en el falso laberinto de un mundo ampliado que pretende reforzar el valor de una imagen, al colocar en ella algunos velos más que tratan de envolvernos sin mucho éxito.

¿Y por qué sin mucho éxito?  Porque la experiencia de ver una película en 3D parece reducirse al exotismo de ponerse unas gafitas y esperar a que algún objeto de la pantalla se nos meta en la boca. No puede haber un viaje hacia un mundo realmente nuevo por descubrir si tras él no hay un relato que lo soporte. Ver una historia en 3D se reduce, por lo menos en las películas que he visto, a la ansiosa espera de una imagen que nos impacte, dejando a un lado la construcción de una emoción y un sentimiento hacia lo que vemos en la pantalla. Lo importante es saturar los sentidos hasta el punto de hacernos entrar en un shock sensorial que nos impida reconocer o comprender lo que en realidad estamos viendo.

Las grandes películas no necesitan de enormes efectos visuales para que se queden en nuestra memoria y hagan parte de nuestro capital afectivo. Las grandes películas resisten el paso del tiempo pero también son capaces de sobreponerse a su formato de proyección y su ventana de percepción. Claro, los románticos del cinematógrafo siempre reclamaremos la sala de cine como el mejor lugar para ver películas, pero en estos tiempos de descargas, estrenos fugases y mil un  formatos para copiar, no siempre se puede disfrutar del cine donde se debe. El caso es que siempre me he preguntado ¿Dónde yace la fuerza una imagen? ¿Qué hace que esta nos impacte y se grabe en nosotros por siempre? Me ocurrió con Dog day afternoon,  cuando Al Pacino sale a la puerta del banco, rodeado de policías engatillados que solo quería dispararle y él empieza a gritar  Atica! Atica!  y a moverse de aquí para allá poseído tal vez por el demonio de la desesperación que reclamaba su supervivencia para terminar de contar la historia. Me conmovió de inmediato, me hizo pasar un corrientaso brutal por todo el cuerpo. Aquí va la sorpresa: vi la película en un televisor de 14 pulgadas. Y sin embargo la emoción me fue trasmitida sin necesidad de ningún artilugio. Lo mismo me ocurrió con Toy Story 3. Una película aparentemente hecha para ver en 3D, la cual vi de nuevo en mi televisor de 14 pulgadas, desde una copia pirata de mala calidad, con ecos y uno que otro crunch en el audio,  que sin embargo me emocionó de principio a fin y no me hizo extrañar para nada el denostado efecto 3D.

La cuestión parece estar aun ligada a dos elementos básicos del cine: los personajes y un sense del story telling como lo llaman los críticos. Y hasta ahora el 3D no ha logrado la feliz conjunción entre ambos. Ni siquiera Avatar que si es 3D puro pero que cojea notoriamente en los aspectos mencionados.

Las grandes películas resisten cualquier cosa incluso las perversiones tecnológicas. Las películas en 3D hasta  ahora no resisten siquiera el quitarse las gafas en la sala. Habrá que esperar un par de años para saber si este nuevo empaque cinematográfico logra crear en nosotros algo más que una impresión intensa y pasajera. Por ahora me quedo con mi televisor de 14 pulgadas.